Todo habría comenzado con una llamada desde un número privado a las 10 de la mañana y yo respondiendo el celular con voz de ultratumba (porque esas son como las 5 de la madrugada en mi mundo). Me habrían dicho “Señorita Ananías, felicidades, es usted puntaje nacional en Lenguaje” (porque jamás lo lograría en Matemática). Luego me dirían: “Está cordialmente invitada a…” y justo en esa frase se me caería el teléfono sobre la cara, cortando la llamada (como suele ocurrirme todas las mañanas y cada vez que me llama un vendedor de seguros). Ahí tendrían que volver a marcar mi número para invitarme a tomar desayuno con la presidenta o algo por el estilo y yo, aun dormida, les habría dicho “bueno, mami”.
Como cuatro horas más tarde, caería en la cuenta de que me fue bien, a pesar de que no hice preu y sólo quería estudiar una carrera que cortaba en los 500 puntos (¡vivan las Humanidades!), por lo que un puntaje nacional hasta podría ser un problema. Me intentaría hacer la loca con mis padres e iría piolamente al Mineduc, La Moneda o a la plaza a tomar un helado con las autoridades... pero como vivo en Arauco y está a 8 horas en bus de Santiago, no habría manera de arrancarme de manera disimulada. Mierda.
Finalmente mi madre me descubriría intentando escapar con una maleta, me retaría por andar vestida de negro y me mandaría a la capital con un vestido de Barbie, mientras mi padre me rogaría que no dijera nada inapropiado, como la vez que le comenté a alguien que las siliconas la hacían lucir como una vaca. Llegaría a La Moneda, la presidenta o la ministra de Educación me felicitarían y yo, por más que intentara controlarme, agarraría al revés el tenedor, pasaría a botar una taza y se me habrían escapado varios improperios. Finalmente, habría aparecido en el LUN diciendo “En Arauco no tenemos tarjeta Bip” o “yo sólo quería un año sabático”.
De regreso en mi hogar, mi padre comenzaría con el acoso constante para que no estudiara Literatura ni Periodismo ni nada muy pasado a pito y pillaría programas de estudios de Odontología o Derecho tirados por toda la casa. Mientras, utilizaría el puntaje nacional como excusa para hacer un asado en mi hogar, que involucraría muchas botellas y sólo un par de panes con vienesa; nos volveríamos a echar el ventanal gigante de la cocina de nuevo y el asunto acabaría con mucha gente en pelota bañándose en la piscina armable de mis hermanos chicos.
Me despertaría "encañada" y con una cuenta de la vidriería pegada a mi cara, sólo para escuchar mi celular métale sonando, porque algún periodista quiere preguntarme qué se siente sacar tantos puntos o porque alguna U privada me quiere dar beca completa. Pero apuesto que la querida U. de Conce seguiría sin darme bola, siempre haciéndose la indiferente y terminaría entrando allá igual, aunque con suerte me regalarían un pendrive por escogerlos. Y obviamente, me habrían mechoneado cinco veces más fuerte de lo que me mechonearon (de hecho, tuve una iniciación súper hippie), porque puta que es bacán tirarle pescado podrido a los puntajes nacionales.
Y pensándolo bien... qué bueno que no ocurrió.
Imagen CC Alberto G.