Determinar la finalidad comunicativa del emisor de un texto corresponde a descubrir cuál es el propósito del escrito (o mensaje oral), saber con qué fin se escribió. Es una destreza compleja que va de la mano con la interpretación. Esto, porque uno de los aspectos implicados en la interpretación, es el saber cuál es el propósito o fin de un elemento presente en el texto, y, en el caso que nos atañe en esta oportunidad, se ejercita esa habilidad pero en relación al sentido global.
Entonces, para saber cuál es la finalidad comunicativa de un emisor, debemos analizar el texto y realizar las siguientes acciones:
·Leer comprensivamente, atendiendo a la información explícita e implícita.
·Determinar la tipología textual: un texto puede ser expositivo, publicitario, argumentativo, literario, instructivo, etc. Muchas veces, el propósito del texto está subordinado a la tipología: por ejemplo, en líneas generales, un texto argumentativo tendrá como fin convencer al emisor. Sin embargo, será necesario que además determinemos, en un caso como éste, de qué intenta convencer al texto.
·Considerar que se trata del propósito global del texto, y no del de frases locales. En este sentido, resulta imprescindible útil determinar la idea principal.
·Determinar la relación que el texto establece con su emisor ideal: el texto fue escrito según un fin, y éste puede esperar algo del emisor. Siguiendo con el ejemplo anterior, un texto argumentativo puede esperar un cambio de conducta en el lector (independiente de que esto pase o no en la realidad).
-Preguntarnos qué pretende el emisor al crear el texto en cuestión. Esto es sumamente importante.
-Estar atentos a las formas discursivas que usa el emisor. Así, un texto expositivo usará un lenguaje denotativo y enunciados declarativos; un texto argumentativo, por otra parte, se vale de frases apreciativas. En este plano, vale también fijarse en el tono del emisor: si es crítico, informativo, valorativo, irónico, etc.
Las preguntas de este tipo suelen apuntar a lo mismo, aunque pueden asumir formas diferentes, como por ejemplo:
“¿Cuál es la intención comunicativa del emisor del anterior?”,
“El propósito comunicativo del texto anterior es”,
“¿Cuál es la finalidad del texto anterior?”.
Veamos un ejercicio:
“La revolución que la televisión causa en la familia, sobre todo por su influencia en los niños, nada tiene que ver con la perversidad bien sabida de sus contenidos sino que proviene de su eficacia como instrumento para comunicar conocimientos. El problema no estriba en que la televisión no eduque lo suficiente sino en que educa demasiado y con fuerza irresistible; lo malo no es que transmita falsas mitologías y otros embelecos sino que desmitifica vigorosamente y disipa sin miramientos las nieblas cautelares de la ignorancia que suele envolver a los niños para que sigan siendo niños. Durante siglos, la infancia se ha mantenido en un limbo aparte del que solo iban saliendo gradualmente los pequeños de acuerdo con la voluntad pedagógica de los mayores. Las dos fuentes principales de información eran por un lado los libros, que exigían un largo aprendizaje para ser descifrados y comprendidos, y por otro las lecciones orales de padres y maestros, dosificadas sabiamente. Los modelos de conducta y de interpretación del mundo que se ofrecían al niño no podían ser elegidos voluntariamente ni rechazados, porque carecían de alternativa. Solo llegados ya a cierta madurez y curados de la infancia iban los neófitos enterándose de que existían más cosas en el cielo y en la tierra de las que hasta entonces se les había permitido conocer. Cuando la información revelaba las alternativas posibles a los dogmas familiares, dando paso a la angustiosa incertidumbre de la elección, la persona estaba lo suficiente formada para soportar mejor o peor la perplejidad.
Pero la televisión ha terminado con ese progresivo desvelamiento de las realidades feroces e intensas de la vida humana. Las verdades de la carne (el sexo, la procreación, las enfermedades, la muerte…) y las verdades de la fuerza 11 (la violencia, la guerra, el dinero, la ambición y la incompetencia de los príncipes de este mundo) se hurtaban antes a las miradas infantiles cubriéndolas con un velo de recato o vergüenza que solo se levantaba poco a poco. La identidad infantil (la mal llamada “inocencia” de los niños) consistía en ignorar esas cosas y no manejar sino fábulas acerca de ellas mientras que los adultos se caracterizaban precisamente por poseer y administrar la clave de tantos secretos. El niño crecía en una oscuridad acogedora, levemente intrigado por esos temas sobre los que aún no se le respondía del todo, admirando con envidia la sabiduría de los mayores y deseoso de crecer para llegar a ser digno de compartirla. Pero la televisión rompe esos tabúes y con generoso embarullamiento lo cuenta todo: deja todos los misterios con el culo al aire y la mayoría de las veces de la forma más literal posible. Los niños ven en la pantalla escenas de sexo y matanzas bélicas, desde luego, se enteran de que los políticos mienten y estafan o de que otras personas se burlan de cuanto sus padres les dicen que hay que venerar. Además para ver televisión no hace falta aprendizaje alguno especializado: se acabó la trabajosa barrera que la alfabetización imponía ante los contenidos de los libros”.
Fernando Savater, El Valor de Educar (fragmento).
Texto y pregunta extraídos de ensayo DEMRE de 2012
El propósito comunicativo del fragmento anterior es
A) probar que el aporte de la televisión a los niños es realmente nulo, pues la mayoría de los programas no son culturales.
B) manifestar que la televisión ha introducido un quiebre en la cultura familiar al convertirse en el centro de atracción de sus integrantes.
C) confirmar que el gran éxito de la televisión se debe a que satisface los intereses culturales del público.
D) afirmar que el rol social de la televisión se ha desdibujado en virtud de la permanente búsqueda de audiencias.
E) plantear que la televisión, siendo efectiva en su finalidad, entrega información de diversa índole sin ningún tipo de filtros.
Al leer comprensivamente, lo primero en que reparamos es que se trata de un texto argumentativo-expositivo, pues el emisor defiende su punto de vista respecto a un tema y, sin duda, se vale de frases apreciativas para explicar sus argumentos (algunas más explícitas, como “lo malo no es que transmita falsas mitologías y otros embelecos sino que…”) y de otras de carácter explicativo. Al preguntarnos qué pretende el emisor con el texto, podemos responder que su propósito tiene que ver con dar cuenta de que la televisión transmite información, educando “demasiado”, en lo que justamente reside el problema planteado.
Ahora, analicemos las alternativas. Descartamos A porque el texto no se refiere a los programas culturales, sino más bien a los contenidos diversos que hoy se revelan indiscriminadamente, y que antes permanecían velados para la infancia; de hecho, más que hablar de “un aporte nulo” el texto va más allá y plantea que la televisión implica un “problema”. Excluimos B, debido a que el texto no habla del quiebre de la cultura familiar y de que cautive a todos sus integrantes. Omitimos C por el mismo motivo anterior: si bien podemos suponer que hoy en día la televisión alimenta los intereses culturales de las audiencias y ello implica su éxito, el texto no se plantea esto como objetivo ni lo trata.
Descartamos D porque, al igual que en C, se trata de una suposición y tampoco remite a la información global. Entonces, la correcta es E, ya que es la que mejor se ajusta al propósito enunciado en el párrafo precedente. La televisión “entrega información de diversa índole sin ningún tipo de filtros”, o sea, libera contenidos indiscriminadamente como habíamos dicho, y es “efectiva en su finalidad”, pues, como se dice al inicio del texto es eficaz “como instrumento para comunicar conocimientos”.