Soy de esa gente afortunada, de esos que les pasan cosas como encontrarse 20 mil pesos tirados en la calle, o ganarse entradas a todo tipo de eventos, más de tres en un mismo mes. Sin embargo, el tema de la elección profesional fue el mayor ejemplo de mi buena fortuna.
Cuando salía de 8° básico, mi familia daba muy poca fe de mi capacidad de entrar a la universidad. Debe ser porque era flojo, no me gustaba estudiar y odiaba ir al colegio. Su decisión fue muy sabia: me matricularon en un liceo técnico, para que, si al menos no lograba llegar a la universidad, tuviera una ocupación que me permitiera hacer algo decente de mi vida (suena duro, lo sé, pero no los culpo, si hoy me miro en esa época, tampoco me hubiera arriesgado en su lugar).
Los primeros dos años de enseñanza media fueron más de lo mismo, o peor. La adolescencia me trajo aún mejores y mayores intereses por sobre estudiar. ¡Hey! Hacerte locuras en el pelo, vestir como los contantes y dedicar horas a páginas extintas como fotolog era realmente más interesante. Pero en 3° medio pasó algo increíble (mentira, no fue tan increíble), desperté un día queriendo decidir una profesión para mí.
Ok. Convengamos en que mi familia pensó: “¡Oh, por fin! La madurez llegó a su vida”. Pero no, la verdad es que seguí siendo un zángano que no estudiaba (pero que, debo decir, no tenía tan malas calificaciones), estaba seguro que había algo para mí esperando en la universidad, una carrera que me hiciera feliz, y sobre estudiar para lograrlo, pues bien, ya llegaría el momento de esforzarse, hasta entonces había que aprovechar de pasarlo bien. Entonces, ¿cómo pensaba hacerlo? La PSU era lo que decidiría o, mejor dicho, mis resultados en la PSU iban a decidir.
Y es que así pensaba yo: La vida se encargará de mí. Como si yo no tuviera la habilidad de cambiar las cosas. Y estaba seguro que la vida me traía cosas buenas. ¡Qué adolescente más irresponsable y arrogante! No crea, sentía un enorme aprecio por los niños, mi empatía alcanzaba niveles altos, mi problema era conmigo mismo, no con el resto.
En 4° medio figuraba yo viendo alternativas para mí. Ya le tomaba el peso a escoger algo para toda la vida. Quería hacer algo que me hiciera feliz, que pudiera disfrutar. Tenía un sobrino en ese entonces, amaba jugar con él y enseñarle cosas nuevas mostrarle el mundo y esperar que creciera como debía. Como dije antes, sentía un enorme aprecio por los niños. Pero antes de pensar en la posibilidad de escoger una carrera ligada a ellos, pensé en diferentes opciones, todas desechadas. Ninguna me hacía sentir seguro.
Comenzaba el segundo semestre, el último para acabar con mi calvario, meses antes de dar la PSU y cambiar el rumbo de mi vida convirtiéndome en un devoto del estudio. Pero para eso, ¡debía gustarme la carera que eligiera! Yo quería hacerlo bien, quería ser un buen profesional, pero me conocía y la motivación sería el único que salvara mi vida para alcanzar el éxito. Así que bueno, qué mejor que estar rodeado de peques siempre, sería como tener decenas de sobrinos y hacer algo bueno por ellos. ¿Opciones? Hasta ese momento, Educación Parvularia o Educación Diferencial.
Que ironía… Quería ser profesor.
Mi padres me preguntaron una cosa: ¿Cómo lo harás para sacar buenos resultados en la PSU? ¡Golpe duro! Yo no había querido hacer un preuniversitario, y un liceo técnico no me preparaba para rendir la prueba. Pero EUREKA, regresaba a mí mi pensamiento positivista, la vida se encargará de darme cosas buenas. Yo les respondí: ¿Y si se equivocan al revisar y me dan más puntos?
Eso nunca iba a pasar, pero me aferraba a esa posibilidad.
Creo que mi familia quería que me fuera mal, por obvias razones. Así que cuando quedaban dos semanas para el gran día de rendir la PSU, me vino el ímpetu de demostrarles que yo sí podía. Dos semanas antes, DOS SEMANAS.
En esas dos semanas hice dos descubrimientos: 1. Yo sí podía estudiar dedicadamente, lo disfrutaba y no era una actividad tan tortuosa, 2. Ya no quería ser profesor. Quería ser Fonoaudiólogo.
Lenguaje era la asignatura que mejor me iba. Había estudiado Laboratorio Químico en la media así que las ciencias no serían tan terribles. Y los Fonoaudiólogos trabajaban con niños. Sonaba perfecto, más o menos. No tenía idea lo que hacía un Fonoaudiólogo, sólo sabía que era del área de la salud, estudiaban la comunicación (donde debía estar e lenguaje involucrado en alguna parte, ¿no?) y muchos niños los necesitaban. Eso era suficiente para mí, era como una corazonada. Yo tenía que ser Fonoaudiólogo.
Bueno. Estudié mucho, aunque con más tiempo y mejores maneras hubiera sido todo aún mejor. Hoy soy Fonoaudiólogo, me dedico al área infanto-juvenil, amo lo que hago, y es algo que descubrí mientras estudiaba en la universidad. Entendí que el Fonoaudiólogo estudia la comunicación humana (audición, voz, lenguaje, habla y motricidad oral), y puede trabajar con niños y adultos. Descubrí y comencé a ver al ser humano como único en su especie, el púnico capaz de manejar un sistema comunicativo tan complejo, lo que trae una gran responsabilidad´, pues esa cualidad nos hace seres sociales. Una alteración en la comunicación nos altera la calidad de vida, nos priva de la eficacia de comunicarnos con otros, incluso pudiendo aislarnos de la sociedad. Una alteración en la comunicación, es una alteración en parte de lo que somos.
Por eso ha sido uno de mis mayores fortunas. Me fue bien en la PSU (y no porque se equivocaron y me dieron más puntos), entré rápidamente a la universidad, fui un alumno destacado (no fui de las mejores calificaciones, pero tuve otras características que me permitían destacar como de los mejores). Y, por último, sin saber bien a lo que me estaba metiendo, escogí justo lo que necesitaba para mi vida. Hacer lo que más me gusta, sólo que en ese tiempo, aún no sabía bien qué era.