La elección de una carrera de educación superior (sea universitaria o no) es un proceso muy importante en la vida de todo estudiante. No solo tiene importancia para sus próximos 4-7 años que duran los estudios formales de pre-grado en Chile, sino que es una decisión que afectará para toda la vida. Descubrir la vocación (para eso que "estamos llamados a hacer") no es fácil y pocas veces es algo que ocurre en los años de escolar. En este artículo quisiera exponer, a partir de mi propia experiencia, la diferencia entre elegir una carrera por vocación o elegir sólo por obligación; la importancia de lograr un equilibrio entre lo que quiere y espera hacer junto con aquellas pretensiones y expectativas profesionales.
La elección de una carrera debe ser un proceso que ojalá durase toda la enseñanza media; no es necesario un talento innato puesto que las habilidades se van desarrollando en el camino. Lamentablemente mucho tomamos una decisión basada en aquello que nos resulta más fácil hacer: si tenemos facilidades para las matemáticas, elegimos una ingeniería; si tenemos facilidades para la escritura, elegimos alguna carrera humanista. Hay que preguntarse, ¿qué tanto de eso importa en una carrera? En rigor, bastante poco. La mayoría de las carreras cuentan con mallas que refuerzan habilidades y competencias básicas durante el primer o segundo año. Por otro lado, los resultados en la PSU tampoco son indicadores fieles de cómo será nuestro rendimiento en determinada carrera. La experiencia es sencilla: hay excelentes puntajes PSU que no logran encajar en la dinámica universitaria y sus rendimientos son deficientes o sólo suficientes. Por otro lado, hay puntajes PSU suficientes o sólo promedio que logran excelentes resultados en sus carreras. Por lo tanto, lograr una buena PSU no garantiza el éxito universitario; una mala PSU no indica necesariamente que tendrás una mala carrera universitaria.
Con lo anterior quiero mostrar que la elección de una carrera debe ser pensada y reflexionada. Destacar las actividades que nos gustan hacer (leer, escribir, descubrir cosas nuevas, ayudar a los demás, etc.), qué nos gustaría hacer con aquello que estudiemos (investigar, enseñar, defender, crear y diseñar, etc.), qué nos gustaría estudiar (el cuerpo humano y su salud, las leyes, la educación, la historia, las ciencias naturales, etc.). Hoy en día, a diferencia de hace una década atrás, contamos con una gran cantidad de información: conocemos los perfiles de ingreso y de egreso de las carreras, sus mallas, su empleabilidad, entre otras e incluso es posible participar de actividades universitarias como clases y charlas. Informarse es clave.
Pero, ¿qué ocurre cuando aparece la dicotomía entre estudiar aquello a lo que nos sentimos "llamados" a hacer (la vocación) y lo que otros (padres o familiares en general) pretenden que hagamos? Escuchar a la familia es importante; esto no significa acatar lo que dicen, pero sí puede guiarnos a tomar una buena decisión. Lo que deberíamos preguntarnos a nosotros mismos es lo siguiente: ¿cumple nuestra vocación con nuestras metas de desarrollo personal y profesional?, ¿mis expectativas laborales pueden cumplirse desarrollando mi vocación? Cuando estas dos cosas se adecúan, entonces el problema desaparece. Pero esto no siempre es así: cuando nuestra vocación no cumple nuestras expectativas personales, entonces la frustración aparece. Nuestra dedicación y esfuerzo no encuentra recompensa. Creo, entonces, que lo mejor es encontrar un equilibrio entre aquello que nos ayuda a cumplir nuestras metas personales y profesionales junto con aquello que nos hace felices realizar. Podemos tener éxito académico de las dos maneras: más fácilmente estudiando nuestra vocación. Pero la satisfacción y la sensación con lo realizado se alcanza más fácilmente cuando en nuestro quehacer profesional somos felices y nuestras expectativas se cumplen.