Hablamos con María Durán Rebolledo, Licenciada en Lenguaje y Comunicación de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, quien cuenta los pros y los contras de su carrera. Como toda egresada de secundaria María debió decidir su futuro en corto tiempo. Admite que en este período no hizo un estudio detallado de las diferentes opciones universitarias, pero que sabía muy bien de qué se trataba. “Yo quería estudiar pedagogía pero no investigué sobre eso sólo postulé”, comenta María. “En ese momento cuando vi mi puntaje me daba para la UdeC y la UCSC, ahí elegí la católica porque tenía teatro”, agrega.
Aunque no fue una decisión muy difícil, recuerda que ya desde su adolescencia quería enseñar, pues su profesora de Lenguaje no era un buen referente. “Era fome”, asevera María, quien a diferencia de sus antiguas educadoras, sueña ser divertida, amable y cercana con los alumnos. “Si realmente estudiaste lo que te gusta te sentirás muy feliz con tu profesión, puedo despertar muy cansada, pero dentro de la sala de clases se me pasa todo. Cuando te das cuenta que los alumnos menos aventajados les cuesta, pero se esfuerzan por aprender, eso me dice que estoy haciendo bien la pega”, comenta con emoción.
María cuenta varias anécdotas de su práctica profesional, entre las que se cuentan el llegar el primer día de clases al aula con nada más que un traje de falda, y tener que soportar que un alumno le reprochara su vestimenta. “Me dijo que no podía estar vestida así porque lo desconcentraba”, dice entre risas y explica que puede deberse a que era un Liceo Industrial de Coronel, lleno de hombre. Otro suceso vivido en la misma casa de estudios fue el presenciar como dos estudiantes peleaban delante de ella. “No supe qué hacer y me caí al suelo intentando separarlos, obviamente en el momento no me dio risa, hoy sí, pero ahora que lo recuerdo fue bochornoso”, relata.
Si en el pasado era más tímida con sus alumnos, hoy en su etapa laboral se siente más segura de sí misma y con la experiencia suficiente para confrontarlos. “Un día entré a la sala y un alumno se estaba maquillando, imitándome, de inmediato le llamé la atención, pero dentro de las anécdotas que más recuerdo y que se repite a diario es que dentro del establecimiento los colegas e inspectores me confunden con una alumna de mi clase”, finaliza, avergonzada.
A pesar de los problemas que tuvo que sufrir, María se queda con los momentos felices, por ejemplo el poder ayudar a niños de escasos recursos o con problemas de aprendizaje, conocer sus historias de vida y el que tuvieran la confianza suficiente en ella para romper un poco las distancias.