A los 17 años meditaba horas sobre qué polera usar para salir, semanas decidiendo si comprarme o no un par de zapatillas Converse, y meses dudando entre distintos estilos antes de cortarme pelo. ¿Cómo se suponía que iba a saber qué hacer por el resto de mi vida? ¿Qué fórmula mágica determinaría que lo que yo iba a estudiar calzaría perfectamente conmigo, como una suerte de matrimonio felizmente arreglado?
Respuesta: el puro instinto. Una mezcla entre cabeza, corazón y estómago que se consigue cuando uno se escucha a sí mismo.
Efectivamente, yo solo sabía que desde renacuajo me gustaba muchísimo leer. De hecho, en más de una ocasión intenté escribir mis propios cuentos (el mundo jamás conocerá los best sellers sobre unicornios que escribí en un computador con sistema operativo MS DOS), de manera tal que el espacio de las letras siempre gatilló en mi una fascinación inexplicable.
Coqueteé con la idea de meterme a Derecho -a quién no le ha pasado- pero me faltaba memoria. No tenía personalidad para Periodismo, cero creatividad para Cine ni profundidad para Filosofía. Tampoco sentía mucho cariño por la Pedagogía tradicional y, por mi misma falta de servicio al otro, descarté Psicología. Por suerte, un día mi papá se apiadó de mi estrés, se acercó a mí y dijo “Te gusta leer, te gusta escribir, estudia Literatura pues…”
Me preparé como pude para rendir la PSU. Decidí darle duro al área de Lenguaje e Historia (no se qué nombre tendrán ahora esas clases, me perdonarán la caída de carnet) y el año 2010 quedé seleccionada para estudiar Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánica en la Universidad de Chile.
Los primeros meses de la carrera sentí pánico. Al parecer, todos mis compañeros venían leyendo el programa desde que salieron del vientre materno. Manejaban palabrotas y conceptos grandes, hablaban de filosofía y la última novela de este autor "súper under que también lee sus poemas en las cloacas debajo del Metro".
Y al otro lado del vidrio estaba yo. Una niña nortina cuyos libros más gordos a la fecha habían sido los de la saga de Harry Potter. Pero oye, no había que alarmarse ni desanimarse, mal que mal iba a la universidad precisamente a eso: a aprender todo lo que no sabía que podía saber si supiese lo que debería haber sabido. ¿Se entiende?
El punto es que, con cada ramo -incluyendo la pesadilla de los tres cursos de Latín y los de lingüística- me enamoraba más y más de Literatura. Sin haber sido ninguna mente brillante ni rockstar, durante los cuatro años nunca repetí un curso.
Descubrí que la mejor manera para enfrentarme a todo esto era la misma de los pololeos: mi carrera tenía cosas que no me gustaban, pero me las bancaba igual porque quería que funcionara entre nosotros, enamorarme aún más y ver cuán lejos podíamos llegar. Mi meta era -y sigue siendo- convertirme en profesora e investigadora en el campo.
En tercer y cuarto año conocí el mundo de los congresos y las ayudantías. Esto implicó relacionarme con más gente, viajar en dos oportunidades a Perú y Colombia, publicar mi primer artículo y pasar por experiencias y proyectos en los cuales por fin era experta. Así no solo gané un poquito más de confianza sino también de comprensión: el camino es largo pero recorrerlo completo vale la pena.
Ya se, ya se. Todo suena largo, cursi y muy de autoayuda. Pero eso no implica que no sea cierto. Por cada profesor que me ignoraba, había otro con el que podía trabajar, quien me abría las puertas de su oficina y de quien pude aprender. Lo mismo con los compañeros y las ideas que en grupo compartimos. Eso existe en todas las carreras, porque cuando de verdad encuentras a la adecuada se activa el mismo instinto que nos guía desde el primer día que pisamos la sala de clases: la vocación.
Finalmente, y para ahorrarles la lata teórica, va una de las muchas maneras en las que se puede continuar la trayectoria si les pica el bicho: las licenciaturas guían a las pedagogías y/o a los magísteres, los cuales llevan a su vez a doctorados y éstos a posdoctorados (es real). Yo terminé un magíster en Estudios Culturales Latinoamericanos y ahora continuo muy becada a un doctorado al extranjero en agosto.
¿Ven? De que se puede, se puede.